Hay el peligro de que ciertos clérigos, por su inclinación ante el poder, aterricen tarde y mal en el debate cristiano sobre el "socialismo" y no hagan justicia, ni a la identidad del cristianismo, ni a las dificultades y posibilidades de las construcciones socialistas y la competencia económica.
El debate y la reflexión no empiezan ahora, cuando el poder da la orden para el "socialismo del siglo XXI". Hace 76 años el Papa Pío XI, en medio de la espantosa crisis económica entre dos terribles guerras mundiales y en la instauración de las dos mayores dictaduras para imponer su "hombre nuevo", juzgaba con dureza y clarividencia al capitalismo: "La libre concurrencia se ha destruido a sí misma; la dictadura económica se ha adueñado del mercado libre; por consiguiente, al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de poderío; la economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz" (Cuadragesimo anno n.109). No eran tiempos para angelismos, ni ingenuidades: el "socialismo" de Stalin producía millones de muertos y Hitler estaba a punto de llegar al poder para imponer el Tercer Reino nacional-socialista.
Ya en 1931 el Papa veía el socialismo dividido en "dos bloques de ordinario opuestos y aun en la más enconada enemistad" (el enfrentamiento entre el leninismo estalinista y la socialdemocracia), rechazaba el comunismo empeñado en imponer con violencia "la encarnizada lucha de clases y la total abolición de la propiedad privada" (n. 112) y denunciaba "las horrendas matanzas y destrucciones con que han devastado inmensas regiones de la Europa oriental y de Asia" (n.112).
Rechazadas ambas dictaduras (capitalista y comunista, económica y política), el Papa señalaba el camino: "Es de todo punto necesario, por consiguiente, que la economía se atenga y someta de nuevo a un verdadero y eficaz principio rector. Y mucho menos aún puede desempeñar esta función la dictadura económica que hace poco ha sustituido a la libre concurrencia" (ver el sabio n.88). Y fustigaba a quienes se oponían a los cambios necesarios: "Tanto más condenable es todavía la negligencia de aquellos que no se ocupan de eliminar o modificar esas condiciones de cosas, con que se lleva a los pueblos a la exasperación y se prepara el camino a la revolución y ruina de la sociedad".
El Papa también apreciaba tendencias del socialismo democrático razonable, que "no se distinguen ya de los anhelos y postulados de aquellos que, fundados en los principios cristianos, tratan de reformar la sociedad humana" (n.114).
Este mes se cumplieron 70 años de la Encíclica Mit brennender Sorge contra los errores y locuras del nacionalsocialismo. En 1937 Hitler avanzaba triunfal, venciendo el desempleo y la humillación alemana y entusiasmaba, incluso a muchos católicos. Ilusión, preludio de la guerra, el holocausto y la ruina mundial con 50 millones de muertos. Valientemente, Pío XI advierte a los ilusos de ayer y de hoy sobre "revelaciones arbitrarias que algunos charlatanes modernos querrían hacer derivar del llamado mito de la sangre y de la raza".
Cuando el discernimiento cristiano se hace a la sombra del poder y para complacerlo, fácilmente se cae en la adulación y la ceguera. Ahora y aquí vivimos tiempos en que hay el peligro de vender al pobre por la "ideología sobre el pobre" y de secuestrarlo en la palabrería revolucionaria. Marx era lúcido cuando hablaba de la ideología como "falsa conciencia" y como ocultamiento de la realidad. La historia demuestra que esto vale también para los clérigos a la sombra del poder, de un signo o de otro.
Obviamente Jesús no era socialista, pero, por la plenitud del Amor, era libre, de la adoración del Poder que oprime, de la Riqueza que se endiosa y también de los ritualismos religiosos vacíos de prójimo.
Jesús desde el pobre, deja al descubierto las miserias de la religión, del poder y de la riqueza, cuando dominan y oprimen. El "hombre nuevo" seguidor de Jesús los debe transformar en instrumentos liberadores para la vida. Ya los profetas de Israel gritaron la indignación de Dios contra los que prostituyen al Templo: "Ustedes roban, matan, toman la esposa del prójimo... y luego vienen a presentarse ante mí, en este Templo que lleva mi Nombre y dicen `Aquí estamos seguros después de cometer tantas maldades". (Jeremías 7).
El iluso "paraíso en la tierra", con un orden que produce una nueva especie humana, sin egoísmo ni mal alguno, no es la novedad de Jesús, ni lo que infunde hoy en nosotros el Espíritu del Resucitado. "Rechazaron al Santo y al Justo. Mataron al Señor de la Vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos sus testigos" (Hechos 3,14-15).
Libres para asumir nuestras responsabilidades liberadoras y producir cambios profundos, más allá de la propaganda y la palabrería, para vida de los pobres y de todos en una sociedad justa, libre y próspera
Luis Ugalde
jueves, 29 de marzo de 2007
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