viernes, 22 de diciembre de 2006

Presidencia de Chávez es una lección de Dios

Cardenal Rosalio Castillo Lara, ex presidente de la Apostólica Comisión para la Ciudad del Vaticano, resalta, en carta abierta, que la presidencia de Hugo Chávez pudiera ser un acto divino, para poner al pueblo venezolano a prueba y enseñarnos una valiosa lección.

Cita:

Ante la desastrosa situación a la que nos han llevado los ocho años de esta dictadura revolucionaria viene espontánea la pregunta: ¿Por qué nos ha caído encima semejante desgracia?. Los analistas políticos la atribuyen a los malos gobiernos precedentes. Sin embargo, desde otra óptica, quisiera insinuar que se trata de una lección que Dios ha querido darnos.

Dios, creador del universo, es el Señor de la historia. Él sigue, en su Divina Providencia, respetando la libertad concedida a los seres humanos, pero interviniendo discretamente cuando lo considere necesario. En nuestro caso, ha querido darnos una lección de la que espera que sepamos sacar valiosas y útiles enseñanzas.

Venezuela es, quizás, la nación de América Latina más favorecida de Dios por sus innumerables dones. Goza de una admirable ubicación geográfica, abierta a las más importantes comunicaciones. Dios el ha dado una naturaleza variada y fértil, con amplias costas, feraces llanuras, agua abundante, elevadas cumbres, etc. Ha sido dotada de cuantiosas y variadas riquezas mientras, especialmente de yacimientos petroleros casi inagotables, que son los primeros del mundo. Y cuenta, -como lo más importante y valioso, con un pueblo inteligente, trabajador, generoso y bueno. Y entonces, ¿por qué la lección?...

Porque no hemos sabido ni agradecer ni usar provechosa y justamente esos dones de Dios. Nuestra patria ha conocido un notable crecimiento económico que, lamentablemente, ha favorecido sólo a algunos sectores y, en contraposición, ha aumentado la pobreza de los otros. En ese desarrollo económico se ha hecho palpable, por parte de muchos, un marcado egoísmo que les ha llevado a encerrarse en el ámbito estrictamente personal o familiar, olvidándose por completo de hacer partícipes de sus logros a los más pobres. La excepción la han constituido algunos (lamentablemente pocos) que han sabido utilizar sus riquezas para crear fuentes de trabajo y proporcionar bienestar y progreso a los pobres.

La educación, -tradicionalmente abierta a todos-, ha sido, en muchos ambientes, deficitaria e incapaz de ofrecer lo indispensable al ciudadano para que saber cumplir con sus deberes y exigir sus derechos, así como conseguir un trabajo digno que le permita asegurar la sub-sistencia.

Ha fallado, además y en primer lugar, la familia. El libertinaje sexual ha preñado de hijos los vientres de miles de muchachas y mujeres sin ofrecerles un ámbito familiar propicio a una básica educación para la vida. Entre los adultos, han proliferado las uniones libres e irresponsables que han dejado numerosos hijos sin padres y, por lo mismo, carentes de educación paterna. Esta paternidad irresponsable ha propiciado el abundante crecimiento de la población, especialmente la marginal, que en vez de formar ciudadanos para la patria ofrece, a veces, candidatos para la delincuencia. A todo lo referido se añade una dolorosa comprobación: la pérdida casi completa de los valores éticos fundamentales en una parte considerable de la sociedad. Entre esos valores descuellan la dignidad de la persona humana, el respeto a la vida y a la propiedad, el culto a la verdad, el respeto a la autoridad legítimamente constituida, etc.

Valores todos que, ligados como están a Dios creador y juez, se adquirían a través de la educación religiosa, tan escasa en nuestros días. De ahí que, a las fallas señaladas, hemos de añadir, para no pocos, la pérdida o debilitamiento de la fe en Dios y en su iglesia. El consiguiente abandono de la práctica religiosa, y tal vez de la misma fe, es extremadamente peligroso. Me atrevo a señalar que los domingos no alcanza al 5% el número de los católicos que asisten a la celebración de la Eucaristía y a escuchar la palabra de Dios.

En conclusión: Sufriendo las innumerables tropelías de esta revolución y pensando en los cerca de cien mil compatriotas asesinados durante los ocho años de desgobierno, hemos de aprender la lección. No es cosa fácil ni se logra en una semana, pero hay que comenzar. Ya el darnos cuenta de que Dios nos pide un cambio, un mejoramiento de conducta personal, es una señal de haber asimilado y aprendido la lección.

Que la Divina Pastora, Auxiliadora de los cristianos, nos ayude a asimilar del todo esta lección, para mejorar a Venezuela hasta que recuperemos totalmente la libertad.

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