En Octubre de 1956, otoño europeo, tras una década de gobiernos comunistas fuertemente ligados a la U.R.S.S., el proceso de “desestalinización” promovido por Kruschev dio oportunidad a que surgieran en Budapest numerosas expresiones críticas al comunismo, encabezadas por intelectuales que habían sido encarcelados por el gobierno de Matías Rakosi y liberados como resultado de la política que llevaba a atacar las acciones de Stalin y sus aliados.
La noticia de los sucesos ocurridos en Polonia desató, el 23 de octubre de 1956 una manifestación estudiantil en Budapest, en que se reclama libertad de palabra y libertad de cultos. Los disturbios estallaron cuando una delegación de los manifestantes que se dirigía hacia los estudios de Radio Budapest para requerir la emisión de una proclama, fueron detenidos por la Policía Estatal, que comenzó a disparar contra la multitud. Al anochecer, los disturbios abarcaban toda la ciudad y era derribada una estatua de Stalin.
El 24 de octubre las fuerzas policiales fueron reforzadas con el ingreso a la ciudad de Budapest de 10.000 tropas soviéticas provistas de tanques. Frente al edificio del Parlamento las fuerzas de la Avos y las tropas soviéticas volvieron a disparar contra la multitud, resultando más de 1.000 víctimas.
El ejército húngaro se unió a los rebeldes a los que entregó armas. Algunos tanques de guerra con la bandera húngara bombardearon edificios en poder de la A.V.H. La lucha se generalizó en toda la ciudad, y fue especialmente encarnizada con los miembros de la A.V.H.
Erno Gero fue separado del gobierno, asumiendo Imre Nagy. Los sublevados exigieron el retiro total de las tropas soviéticas de todo el territorio húngaro.
Al día siguiente, Imre Nagy anunció que negociaría el retiro de las tropas soviéticas, en tanto que Janos Kadar, que había sido Ministro del Interior durante el proceso a Mindszenty, fue nombrado Jefe del Partido Comunista. Se produjeron disturbios y combates en las provincias. Para el día 27, se consideraba que los rebeldes dominaban gran parte del territorio húngaro. El día 28 Imre Nagy anunció que los soviéticos se retirarían de Budapest.
El día 30 de octubre, luego de haber demorado su retiro requiriendo que los rebeldes entregaran sus armas - a lo que ellos se negaran - el ejército soviético inició su retiro de la ciudad, que quedó en manos de los sublevados. El ejército húngaro estaba plenamente adherido al levantamiento popular. La aviación húngara anunció que bombardearía a los tanques soviéticos si no salían efectivamente de la ciudad en las siguientes 12 horas.
El cuartel general de la Policía del Estado y la sede central del Partido Comunista en Budapest, fueron atacados por las fuerzas rebeldes. Fue liberado el Cardenal Mindszenty; al tiempo que el Gobierno de la U.R.S.S. anunciaba su disposición a negociar el retiro de sus tropas de Polonia, Hungría y Rumania. Los tanques soviéticos continuaron la evacuación de Budapest durante el día 31 de octubre, al tiempo que en la ciudad cundía el alborozo. Imre Nagy propuso que Hungría pasara a ser un Estado neutral según el modelo de Austria.
EL CONTRAATAQUE SOVIÉTICO
El 1º de noviembre se supo que los tanques soviéticos habían tomado posiciones en las afueras, rodeando la ciudad de Budapest y apoderándose del aeropuerto. Estaciones de radio clandestinas informaron que desde Checoslovaquia, Rumania y Ucrania llegaban refuerzos de tropas soviéticas. Imre Nagy presentó una protesta ante el embajador soviético Yuri Andropov (que luego ocuparía altas posiciones en la U.R.S.S.) y emitió un discurso por radio, pidiendo la protección de las Naciones Unidas para la proclamada neutralidad húngara.
El Mayor Pal Maleter, considerado héroe de la revuelta, fue designado Ministro de Defensa. El 2 de noviembre ingresaron al territorio húngaro varias divisiones del ejército soviético, que cerraron la frontera con Austria.
El 3 de noviembre, el Ministro de Defensa, Mayor Pal Maleter, comenzó negociaciones con el Gral. Malinin, comandante de las fuerzas soviéticas, para obtener el retiro de esas fuerzas.
En la madrugada del 4 de noviembre, los soviéticos iniciaron una ofensiva con cientos de tanques que penetraron en Budapest y ocuparon todos los cruces importantes de la ciudad. Las conversaciones con Maleter fueron canceladas por los militares soviéticos.
A partir de ese momento, los rebeldes intentaron por todos los medios comunicarse con los países occidentales. Por teletipo anunciaron que aviones MIG volaban sobre Budapest. Los puntos de concentración de los rebeldes eran cañoneados y se anunciaba el bombardeo aéreo de la ciudad, si no cesaba la resistencia.
El Cardenal Mindszenty se asiló en la Embajada de los EE.UU. e Imre Nagy lo hizo en la Embajada de Yugoslavia. Quedó al frente del Gobierno Janos Kadar, que asumió una actitud de colaboración con las fuerzas soviéticas, pidiendo a la población que ayudara a las tropas a “aplastar la contrarrevolución”.
Durante los días 5 y 6 de noviembre se sucedieron los combates en las calles de Budapest. Los rebeldes, practicamente sin armas, utilizaron hábiles estratagemas: colocaban platos boca abajo en las calles, para que los conductores de los tanques soviéticos creyeran que eran minas y se detuvieran, tras lo cual eran inmovilizados por atacantes a pié, insertándoles barras metálicas en sus carriles, en tanto otros rebeldes solitarios subían a ellos y les arrojaban en su interior los llamados “cóctails Molotov” (botellas de nafta con una mecha de tela, encendida).
Las radios rebeldes comenzaron a emitir desesperados pedidos de ayuda exterior preguntando "¿Qué se sabe de la ayuda?".
El 7 de noviembre la radio rebelde emitió un estremecedor mensaje de despedida y acalló su transmisión. Los rebeldes resistían el avance soviético casa por casa. Grandes cantidades de refugiados comenzaron a llegar a Austria.
Entre los días 8 a 10 de noviembre, gran cantidad de incendios ardían en una Budapest cuyas calles estaban cubiertas de escombros y de restos de tanques y vehículos del ejército soviético destruídos en los combates. Centenares de cadáveres de los combatientes, eran rociados con cal viva para evitar epidemias. Se sucedían los saqueos por parte de las tropas soviéticas, que procuraban privar a los habitantes de todo alimento.
Entre el 11 y el 15 de noviembre, unos 10.000 húngaros fueron deportados hacia campamentos soviéticos de trabajo forzado. El país estaba paralizado por una huelga general, mientras subsistían focos de resistencia en las provincias, y de vez en cuando se reavivaba la lucha en Budapest. En una isla del Danubio era destruído lo que se consideraba el último foco de resistencia húngara.
El 17 de noviembre, mientras persistía la huelga general, el Primer Ministro Janos Kadar declaró que no se suministrarían alimentos a los habitantes de Budapest mientras no terminara la huelga. Hacia el 20 de noviembre, habían retornado al trabajo un 25% de los huelguistas; mientras la ciudad carecía de carbón y electricidad para combatir el ya intenso frío.
El 22 de noviembre, noticias de prensa aseguraban que el Gral. Iván Serov, jefe de las fuerzas de seguridad de la U.R.S.S. se había hecho cargo del gobierno en Budapest. El 23 de noviembre Imre Nagy se retiró de la Embajada Yugoeslava con un salvoconducto, pero desapareció inmediatamente, al parecer secuestrado por los soviéticos. Dos días después, se afirmaba que estaba en Rumania.
El 25 de noviembre un denominado “Consejo Obrero de Budapest” pidió la terminación de la huelga general, diciendo que el gobierno de Janos Kadar ofrecía el retorno de Imre Nagy y el retiro de los soviéticos. Esos ofrecimientos no se concretaron, pero a partir del 27 la huelga general se extinguió lentamente.
Según informes de prensa, había 80.000 refugiados húngaros en Austria. Hacia fines de noviembre subsistían algunos focos aislados de resistencia en las provincias húngaras, y las tropas soviéticas continuaban efectuando detenciones de húngaros acusados de haber participado en la revuelta.
LAS REACCIONES EN EL EXTERIOR
Las noticias del alzamiento de Hungría, y especialmente las del contraataque soviético suscitaron fuertes reacciones en el mundo no comunista. Sin embargo, casi no hubo reacciones de los Estados europeos y de los Estados Unidos, ni a nivel diplomático ni mucho menos, militar. Hungría era un territorio de la esfera de influencia soviética y auxiliar la rebelión de Budapest hubiera alterado muy gravemente los equilibrios de la Guerra Fría, especialmente en ese momento.
En muchas ciudades occidentales hubo manifestaciones multitudinarias. En París los manifestantes incendiaron el local del diario comunista “L'Humanité” y las oficinas del Partido Comunista. En varias ciudades europeas los estudiantes lucieron en sus ropas bandas de luto.
En las Naciones Unidas - a la sazón divididas a raíz de la crisis del Canal de Suez - se mantuvo silencio durante la primera fase del alzamiento; pero al conocerse el contraataque soviético y el llamamiento de Imre Nagy hubo un modesto intento de crear una misión de observación, que no prosperó al no ser apoyada por los países árabes y asiáticos. A pesar de ello, al conocerse las deportaciones, los “no alineados” depositaron en la O.N.U. una moción para formular una petición a los soviéticos para que suspendieran las deportaciones de ciudadanos húngaros.
El prestigioso escritor español Salvador de Madariaga, en un editorial publicado en el diario “Times” de Nueva York, reprochó abiertamente a EE.UU. y Gran Bretaña, afirmando que no intervenían a favor de los patriotas húngaros porque en Yalta habían entregado Hungría a la U.R.S.S., y por temor a la bomba atómica rusa.
Luego del conflicto, las Naciones Unidas organizaron un plan de ayuda a los refugiados húngaros. Numerosas entidades como la Cruz Roja Internacional y el International Care Relief, establecieron planes de asistencia alimenticia y sanitaria. Francia, Gran Bretaña y EE.UU. suspendieron sus requisitos de inmigración para permitir el ingreso de varios miles de ellos.
Algunos notorios comunistas de occidente reaccionaron indignados contra los sucesos de Budapest. El más destacado fue el escritos francés Jean-Paul Sartre, que renunció publicamente el Partido Comunista.
En Yugoeslavia, el conocido revolucionario comunista Milovan Djilas envió una carta a una revista norteamericana afirmando que la revolución húngara, aún derrotada, significaría el principio del fin del comunismo. El jefe del gobierno yugoeslavo, el Mariscal Tito, que años antes se había enfrentado a la dirección de Moscú, condenó la desaparición de Imre Nagy y las acciones del ejército soviético en Budapest.
Curiosamente, como un efecto colateral, la rebelión húngara repercutió algunos años después en el desarrollo industrial de América del Sur: una importante cantidad de técnicos muy calificados de las fábricas húngaras, refugiados durante ella, se incorporaron a la en aquel entonces naciente industria brasileña de fabricación de automóviles y camiones, en São Paulo
miércoles, 31 de enero de 2007
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